martes, 29 de julio de 2008

basta de mierdas: El reinado de la Cenicienta

Y quién iba a decir que esa pendeja piojosa, tramposa y resentida continuaría su reinado hasta nuestros días. Porque que no me jodan, la historia de “La Cenicienta” nació antes que su mentor, como que el huevo es anterior a la gallina.

Estoy en el bar y se me aparece el Gomera como por arte de magia. Yo no sé adónde quieren ir algunos tipos, máxime si llevan vidas como la del Gomera, que vendría a ser algo así como el ser mitológico del barrio. —Flaco, me tenés que hacer un favor —dice el Gomera ansioso, medio contento y medio preocupado— ahora voy a llamar a Andrea y le voy a decir que estoy con vos, que te voy a ayudar con unas cosas y que vuelvo tarde y viste cómo es Andrea, en una de ésas me pide hablar con vos. La saludás y listo, flaco.

Es que el Gomera es una especie de príncipe azul: tiene guita, es lindo, habla mucho de cosas sin importancia y siempre parece que está dedicado a la cosa importante (noten que yo estaba en el bar como un pelotudo y apareció el Gomera para encomendarme a una misión importantísima). Tiene treinta y tres años, la edad de ya todos sabemos quién, el Gomera.

La cosa es que el Gomera tiene que ir a cojerse a una minita de no sé dónde, pero es algo normal que el Gomera tenga que ir a cojerse a una minita. Entonces es normal que deba decir pelotudeces a su novia-concubina-Andrea.

Yo no sé cómo es que un príncipe de esos que andan con la sangre azul y ocupados como el Gomera, pueden ser tan pelotudos como para andar enamorándose de una pendeja raquítica, maltratada, con aliento a lavandina y además tramposa. Claro, eso de andar con el hada de mierda que te vuelve Barbie en dos minutos es un acto, como poco, mentiroso e injusto. También pensé que el cuento de la Cenicienta era para niños, pero luego me di cuenta de que no.

El Gomera corta la llamada, dobla el telefonito y lo deja sobre la mesa. Prende un faso y me informa de que se va a casar en noviembre con Andrea. —Decíme una cosa, Gomera, ¿para qué mierda te vas a casar vos, eh? —pregunto ya que estoy aburrido y él me aburre.
—Lo que pasa, flaco, es que Andrea es la mina ideal para madre de mis hijos, ¿viste? Yo lo sé desde hace cuatro años que estamos de novios —aclara con cara del tipo que ha dicho una verdad desgarradora. —O sea, Gomera, que vos, que te cojés tres o cuatro minas por mes, estás seguro de que tu chica es “tu mujer” —Qué quieren que les diga, el Gomera me tiene podrido con sus pelotudeces— y entonces yo creo, humildemente, que la Andrea no te debe cojer muy bien, Gomera, con respeto te lo digo.

Ahora van a venir mis amigos los poetas y los abogados a decirme que soy un envidioso de mierda como las hermanastras de la Cenicienta y yo, rápidamente, les aclaro que no, que nada de envidia, pero esa historieta de la Cenicienta me tiene las pelotas pesadas porque ustedes que leen deben entender una cosa: el Gomera parece pensar que esas mujeres que él se coje son todas unas putas o que no sirven para esa dificilísima tarea de ser “madre de los hijos del Gomera”. Si usted es mujer y porque se ha cojido un tipo porque tenía ganas de cojer y nada más (usted) vienen a decirle que no sirve para ser blablabla de los hijos blablabla, no lo dude un segundo: culpe a la mentirosa de la Cenicienta. Así está el mundo, así.

Cuando menciono a Gomera el verbo cojer tras el nombre de su prometida se le transforma la cara. Claro, es como decir que en el cuentito cuando el pelotudo del príncipe apareció en la pocilga mugrienta de la Cenicienta con el zapatito, la hubiera encontrado chupándole la verga a un esclavo negro o a un leñador de esos rubios que tienen los brazos de textura y consistencia como las ruedas de un tractor. Las pelotas. La pendeja estaba fregando como lo que era y con la concha como una lechuga. Que no me jodan estos maricones.

Yo creo que gente como el Gomera hay por todos lados y que mujeres que valoran esos preceptos imbéciles, pues, también. Aun así entiendo que muchos pueden pensar que de dónde saco yo que la cosa pasa por el lado que intento transcribir aquí. Pues bien, para hacer divertido a este panfleto de mierda voy a recurrir a la frase del Gomera, textual: “la madre de mis hijos”. Así se refiere él a la cornuda de Andrea, miren ustedes qué joyita de frase. Es perversa, la frase, y por si no se dieron cuenta, veamos que normalmente uno a la madre no se la coje y por eso deduzco que para el Gomera es tremendamente fácil contar sus coitos con “las otras”, debido a que para él, Andrea es “una madre”. Si tenemos en cuenta que vive con ella bajo el mismo techo, pues, no es menester utilizar demasiada neurona para adivinar quién de los dos verbigracia mantiene la bebida en la heladera o sabe usar el lavarropas automático (toda similitud con la Cenicienta es…) y dicho sea de paso, quién de los dos está en casa mientras el Gomera está conmigo en el bar. En resumidas cuentas creo que Andrea hace de madre del Gomera, que él la ve como madre no de sus hijos porque éstos no existen y que toda esta galería de fotos es independiente a si la mina trabaja o no, si se coje a otro o no, o si cocina bien o no. El juego es el mismo y se juega de a dos, y no hay que preguntar quién manda ni quién se somete. Es así.

El reinado de la Cenicienta, pues, está vigente. Podríamos estar ante un caso de selección natural en la procreación, como ustedes sabrán que pasa en el caso de los demás animales, sobre todo en los mamíferos; o que el amor de alguna manera ideológica nos hace preferir ciertas compañías a otras; o tal vez que ya no sabemos qué hacer para mantenernos unidos a alguna clase de relación que por algún motivo necesitamos con suma urgencia. Por esto es que siempre están los que planean dos años el casamiento como si pensaran que a cuanto más detalle más “para toda la vida” les va a salir el cuento, porque algo “para toda la vida” suele parecer más importante que un buen polvo en un motel de paso, cuando en realidad lo único que tenemos “para toda la vida” es nuestro cerebro que después nos mantiene, por ejemplo, pagando moteles de paso con gente de la calle hasta que la muerte nos separe.

Ciertas cosas no están mal ni bien o al menos yo no me pongo a juzgar. Lo que decididamente creo es que el principal problema está sin solución y es, como siempre digo, el problema del sexo. Y si no me creen miren lo que pasa en el África, donde esos negros analfabetos andan matando rinocerontes porque dizque el cuerno es afrodisíaco, ¡pues chúpenle la verga al rinoceronte, manga de ignorantes! ¡si quieren afrodisíacos, séanlo! Eso, y que el pendejo del Gomera coje menos que yo, aunque ustedes no lo crean; cosa lógica, por otra parte, por el desgaste que implica andar con tanta huevada en la cabeza. Y váyanse al carajo, ya que estamos.

1 comentario:

xwoman dijo...

La cenicienta o la bruja, qué más da si como dices el tema que importa (sexo) no se ha resuelto.

Creo además que la gente no sabe lo que quiere... se la pasa en un mar de posibilidades, de allá para acá y no se decide y así encontramos tipos que quieren una mamá en la casa y una puta en la calle. Y mujeres como Andrea, que se contentan con llamar a las vecinas y negarse a sí mismas.

El sexo a veces puede ser una pérdida de tiempo.