martes, 16 de abril de 2019











El hombre tenía un sueño hermoso, navegaba en un velero que surcaba un mar calmo muy azul impulsado por un brisa que henchía las velas altas y blancas. Él estaba al timón, lustrado brillante, como todo el maderamen. La mujer hermosa, y joven como él, lo abrazaba por la cintura, el viento revolvía sus cabellos mientras atisbaban el horizonte donde el cielo se confundía con el mar. Los dos sonreían plenos de felicidad. Entonces despertó. 

Lo primero que vio fue la autopista que lo protegía de una fina llovizna que se desprendía de un cielo plomizo. Se fue despojando de los papeles y cartones que le servían de frazadas y tan lentamente como se lo permitían sus muchos años se incorporó del mugriento colchón. El olor a orines era fuerte, ni el aroma de la abundante vegetación húmeda del parque conseguía disimularlo. Caminó unos pasos fuera del cobijo de la autopista, recorrió con sus ojos el paisaje verde que lo rodeaba, levantó la cara a la llovizna y en su barbuda, sucia y arrugada cara se dibujó una sonrisa que desnudó unos pocos dientes amarronados. 

La vida era bella.