viernes, 5 de diciembre de 2008

FAUNA URBANA

Compensan los 5 metros lisos que recorren los trabajadores, de las escaleras al anden, en las olimpiadas locales, a lo república independiente de mi casa modelo IKEA para llegar medianamente puntual a tu puesto de trabajo. No puedo responder, por eso pregunto. Y expongo los motivos: trabajo de noches y nunca madrugo. No tomo subte porque vivo al pedo. Cuando veo gente correr entre obstáculos pienso en los encierros de San Fermín y no comparto gustos con Ernest Heminway.

Mi paseo por el subte me lleva al discernimiento de lo raro del comportamiento humano. Escucho música con el fin de aislarme del mundanal ruido y no sé si ajusté bien los auriculares a mi pabellón auditivo, orejas, porque la gente parece que se mueve al ritmo de los tambores que suenan en la canción que escucho de Bjork y Anthony Hegarty, Dull Flame of Desire. Autómatas todo ellos que se desplazan como fichas de ajedrez, sin apenas roce con el suelo, sin articular las piernas, como en el film de Bakara. Aquella imagen del cruce de una gran avenida, los semáforos y los transeúntes. Hormigueros en los que vivimos, en los que viven la mayoría de la humanidad. Yo fisgoneo, la verdad, de vez en cuando, por el centro de Madrid. Acudo a sus calles para observar la otra fauna que no es precisamente la de mi casa, pero que no deja de serlo, fauna urbana. Cada ser ensimismado en sus pensamientos, tantos humanos han tenido el fervoroso deseo de atrapar esos sentires del humano. De estar en la mente del otro. Sería una locura. Además podrías darte cuenta de que habita un asesino potencial en cada ser, que todos se andan cagando en la madre de alguien, de su jefe, de su suegra, de su esposa... o marido, obvio.

Imaginar que descubres estar en la mente de alguien, que ese alguien no tiene buenos pensamientos, que ese alguien tiene cara de demonio, belcebú, satán... te giras, es tu parada, el fin de tu destino. Y sientes una brisa gélida en tu cuello, miras por el cristal de las puertas del vagón e intuyes que ese ser maquiavélico está detrás de ti, que saldrá en la misma estación. El corazón sale por la boca, se intuyen las palpitaciones por fuera de la ropa, tanto que alguien pudo creer tuvieras un topo en tu abrigo. Se abren las puertas, y en un momento sales, sale el tipo detrás de ti y te metes sutilmente, subrepticiamente de nuevo al vagón. El tipo diabólico quedó del otro lado de las puertas, con gesto malévolo y encrespado. Se quedó sin tu último hálito. Entonces, respiras y te sientas tranquilamente en el asiento que queda libre. Te sientas frente a un tipo satánico... ¿te bajarás en la próxima?